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28.10.2013 19:45

Cae la tarde en el barrio Navarra del Municipio de Bello, hay motos por todos lados que suben y bajan por las calles, al igual que personas caminando con sus ropas coloridas, negocios con música a todo volumen y señores sentados a sus afueras. Parece domingo de celebración.

En una acera que está alejada del barullo del lugar, está ella, La Nea, sentada fumando un cigarrillo al que mira como si le alimentara el espíritu. Tiene unos jeans desgastados, una camiseta del nacional no tan verde y no tiene zapatos, se los robaron en una noche de excesos en el tapón. A primera vista es difícil reconocer si es hombre o mujer, su pelo corto y facciones que no precisamente destilan feminidad por los poros, pueden llegar a confundir a quien no la conoce a ciencia cierta.

Saluda con una sonrisa al que pasa por su lado

-Nea, ¿Cómo le fue, se comió el almuerzo que le mandé con Andresito?

-Claro doña Lina, ese sancocho estaba como pa’ levantar muertos, sino míreme aquí

-Esa era la idea, pórtese bien pues.

Según los vecinos, es una persona amigable, amable, es ella.

-        Tengo una muy buena relación con la gente del barrio sobretodo con los niños, casi siempre me mandan almuercito y no me dejan morir de hambre. Ellos me quieren más que los papás.

Cuenta orgullosamente mientras acaricia a “Maicol” su perro y fiel amigo, teniendo en cuenta que su papá y hermano la abandonaron y “la dejaron morir” hace ya cinco años.

Es una persona solitaria, con malos recuerdos de lo que ha tenido que vivir, pero feliz, se considera feliz. Sonríe constantemente dejando ver sus dientes incompletos y descuidados por su estilo de vida.

-        Hace cuatro años viví una situación que me mató por dentro. Me violaron y mi hermano no hizo nada por ayudarme”.

Cuenta con la mirada perdida como recordando, como sintiendo, como odiando su destino.

-        Después de eso yo me fui de la casa y decidí buscar mi camino, demás que ellos no me quieren porque vivo en la calle, de la calle, cuando paso a saludar me juzgan y me piden que deje esta vida, pero ¿Cómo la voy a dejar si fue lo que me enseñó a vivir?.

Su refugio es “El Tapón” donde encuentra la forma de sumirse en los excesos para olvidar, para recordar, para perderse en las drogas y huir de la realidad que a veces es injusta con ella. Cuenta que una noche en ese lugar es toda una aventura

-        Cómo será que una vez me dieron ¡Miados!, ¡Miados! El Paya, un man que es de los más sopladores allá, me ofreció cerveza y yo con esa sed que tenía de una recibí y no era cerveza parce, quedé con daño de estómago como tres días.

Situaciones como estas son comunes en su refugio, pues según ella, toda clase de personas van a ese lugar a “mercar” y surtirse de una cantidad inimaginable de drogas. Es un ambiente que no considera agradable, rodeada de todas estas personas que a veces asustan, roban, o que simplemente consideran a los demás un adorno más de la calle a la que van a drogarse.

Después, nos dirigimos a su casa, de la que da una serie de advertencias que prácticamente obligan a no entrar jamás. Se abre la puerta y empieza a oler un poco a drogas, un poco a abandono, a desorden, a soledad. Hay basura por todo lado, repisas, cajas, juguetes, cables, papeles, no hay un rincón limpio y no se puede caminar con facilidad. Es confuso pensar que alguien pueda pasar dos o tres días de la semana allí, porque como dice ella, sólo llega a descansar después de haber estado mucho tiempo en el Tapón.

-        A mí me da mucha pena dejar entrar a alguien en esta casa, es tan fea y tan desarreglada, pero ¡Ag! Yo no tengo tiempo de andar limpiando, estoy cansada y enferma, cada día que vivo me siento más así.

Después de alejarnos de la casa, sonríe y empieza a compartirme su sueño, el que tiene como protagonistas a los niños del barrio.

Por ello, esta historia no sólo se basa en la droga, su adicción por la calle y el Tapón, Ella, como casi todas las personas tiene un sueño que quiere realizar. A sus 24 años de edad sueña con ser profesora y transmitir conocimientos que ha adquirido sobre todo en el idioma inglés. También, es notorio su amor por los niños, el deseo de aportar para su formación, tal como lo cuenta, tal como deja ver su cara de expectativa al imaginar cómo daría una clase, cómo llegaría a estos jovencitos que quieren aprender.

-        Lo que menos quiero es ver a alguien pasando por lo que yo he pasado, por descuidada y boba y por no validar. Menos a un niño que tiene toda la vida por delante.

Después prende otro cigarrillo y abre una barra de bocadillo que empieza a comer ansiosamente y sin decir más se aleja poco a poco tal vez dirigiéndose al Tapón o algún lugar  no lugar.

 

Por: Sara Velásquez Vallejo 

 

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El sueño de Mónica

Mónica, es una joven de 12 años que vive en Argelia, Antioquia, un municipio apartado, lejano, abandonado por el Estado. La protagonista de esta historia es una chica alegre, inteligente y tierna. A pesar de sufrir alopecia congénita, se considera una joven, amante a la vida y sobre todo al helado de chocolate.

Fue en el mes de Agosto, donde se hizo una visita al municipio de Argelia, varios profesionales y estudiantes querían prestar diversos servicios a la comunidad en general, los niños, jóvenes y adultos se mostraban agradecidos por tal gesto de generosidad, desde psicólogos hasta estilistas aportaron para realizar una completa brigada de salud.

Pero fue cerca del consultorio de psicología donde estaba ella, una hermosa niña de ojos claros y facciones tan delicadas que parecían porcelanas. Era tímida, tenía una mirada especial, muy especial que generaba curiosidad.

“Mi nombre es Mónica y tengo 13 años”- Dijo con una sonrisa escondida y mirando siempre al suelo. El momento fue claramente incómodo para ella, pues el lente de la cámara la intimidó de inmediato.

“Ahí está la calva”, gritó un joven de no más de 14 años. El ambiente se silenció y una lágrima recorrió la mejilla de Mónica, una lágrima que parecía eterna, pero que estaba cargada de dolor y pena. Estudiamos periodismo, y sólo estamos aquí para registrar lo que pasa,  ideas vanales que estuvieron presentes en el instante en el que claramente ella necesitaba un abrazo o alguna muestra de afecto.

De inmediato se acerca su madre y con la cara un tanto rota insinúa que esto sucede casi a diario, cuenta también que existe un deseo por cumplir, un sueño por realizar. “Mónica quiere una peluca, rubia y hermosa” se lo ha pedido al niño Jesús desde que tiene memoria. De inmediato, Mónica se entusiasma y cuenta cómo se la imagina y que quiere parecerse a Britney Spears, su cantante favorita.

Después de esta tarde un poco confusa y que tocó corazones de los presentes, decidimos iniciar una campaña para hacer realidad este sueño, que haría feliz a esta niña, para que no haya más tristeza en su rostro.